RSS

Ada o el ardor

Aunque no estoy completamente segura, sí me atrevería a afirmar que la crítica ha ido comprendiendo a Nabokov y devolviendo su obra al lugar que se merece con el paso de los años, cuando ya los escándalos de Lolita o, en menor medida, Ada o el ardor, parecen asuntos de poca importancia.

Así, pues, felizmente, Nabokov ya no es aquel vicioso que escribía para relatar sus perversiones y carecía de elegancia y estilo precisamente por ello. Al contrario, a medida que pasa el tiempo desde la primera publicación de las novelas del escritor ruso, vemos con mayor claridad que su figura es una de las pocas que supieron aplicar con inteligencia las exigentes teorías formalistas y vanguardistas de principios del siglo XX a las necesidades de la novela contemporánea. Esto es, Nabokov no olvidó ni por un momento que el novelista es, por encima de todo, un contador de historias, un creador que no parte de lo observado sino de lo imaginado, y que sólo alcanza su verdadera grandeza cuando logra que ese mundo inventado por él conmocione al lector más que lo cotidiano.

Con estas premisas, Nabokov creó una obra narrativa, primero en ruso y luego en inglés, cuya magnitud está aún lejos de poder calibrarse. A la etapa inglesa pertenecen su mayor éxito de ventas, Lolita, y la menos conocida Ada o el ardor, publicada en 1969, que narra una historia de amor incestuoso a lo largo de las vidas de sus protagonistas, Ada y Van. En medio de una tierra imaginaria, mezcla imposible de Europa y América y emulación del Paraíso, los dos hermanos se entregan desde muy jóvenes al descubrimiento del deseo y el sexo. Ambos son personajes perfectamente delimitados y desarrollados desde el inicio de la historia, por lo cual sus personalidades, que huyen en todo momento de la banalidad y lo demuestran claramente (ellos están por encima de todo lo que los rodea: son demasiado inteligentes, agudos, visionarios y tremendamente egoístas, además de poseer una belleza suprasensorial), no evolucionan con los años, lo mismo que la esencia de su relación. Lo que cambia es el mundo exterior, los otros, y Ada y Van deben adaptarse a estos cambios y lo hacen con más o menos acierto: Van abandona el Paraíso, Ada se casa, ambos apartan cuidadosamente de su conciencia el suicidio de Lucette, la hermana pequeña... pero la mirada del Van narrador, que utiliza un magnífico juego estratégico de voces para contar la historia desde el punto de vista más conveniente, está siempre muy por encima de la cotidianeidad y la mera sucesión de acontecimientos. De ahí el romanticismo tan frío de la novela, que es quizá el aspecto más atractivo para el lector, sin olvidar las otras muchas constantes que introduce Nabokov hasta crear la compleja estructura dispuesta en la novela: el erotismo, la crónica familiar, la locura, el mito... todos estos elementos están perfectamente ensamblados a expensas del que, a mi juicio, convierte Ada o el ardor en una obra magistral: el tratamiento del tiempo. La distancia y la imposibilidad por parte del lector de identificarse con los personajes hacen que el sentido del transcurso del tiempo sea más agudo, ya que avanza en consonancia con la historia. Así, percibimos la infancia como un período eterno, colmado de veranos interminables bajo el sol, y luego de repente el paso acelerado de los años que se deshacen en las manos, y el poder evocador y nostálgico de la memoria, y la tiranía caprichosa de los recuerdos que determinan, a nuestro pesar, lo que somos y lo que hacemos... ahí está el verdadero poder de la novela, y la grandeza de Nabokov, a quien muchos deben más de lo que creen.