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Historias que no se contaron

He escrito un libro y Editorial Siete Pisos lo ha publicado. 


A través de la voz de Ana, una madre que lee y escribe, Historias que no se contaron dialoga con otras voces de autoras que, de uno u otro modo, han tratado las ambivalencias de la maternidad. Así, las obras de Lydia Davis, Lorrie Moore, Mary Karr, Edna O’Brien, Katherine Anne Porter, Maggie O’Farrell o Barbara Comyns se mezclan con el relato cotidiano de Ana y tratan de buscar respuestas y consuelo ante cuestiones como el sentimiento de culpa, la conciliación entre el trabajo creativo y el trabajo doméstico, la soledad o la incomunicación. De esta forma van surgiendo historias que han permanecido más o menos soterradas en la tradición literaria, quizá porque el canon las ha despreciado, quizá porque las que debían escribirlas no tuvieron tiempo para hacerlo.

Gracias a todas ellas, a todas las escritoras que se atrevieron a hablar sobre la soledad de las mujeres, las ambivalencias de la maternidad, la dificultad de estas a la hora de relacionarse con sus hijos, la frustración de la vida familiar o las mentiras de la conciliación entre el trabajo creativo y el trabajo doméstico. Y gracias también a las otras, las que me inspiraron de algún modo y sin saberlo la escritura de este libro. 

Gracias a todas. 





Tres senderos hacia el lago


Ingeborg Bachmann es una de las mejores escritoras en lengua alemana del siglo XX. Conocida sobre todo por su poesía, a mí, sin embargo, su prosa breve y precisa me resulta de lo más sugerente. En Tres senderos hacia el lago, Ingeborg Bachmann mezcla presente y pasado, los recuerdos y los sueños, las conversaciones reales con los anhelos imaginarios, y consigue que todo fluya y encaje, que todo adquiera un sentido que se va revelando poco a poco con emoción, en cada frase, en cada párrafo.
La protagonista es el prototipo de mujer independiente e intelectual, una fotógrafa que viaja mucho, consagrada a su carrera, libre de ataduras, que cada verano vuelve a la casa de su padre, en una ciudad de provincias austríaca. Bachmann nos cuenta, desde el punto de vista de la narradora protagonista, la relación que tiene con su padre, lo mucho que lo quiere y lo lejos que se siente de él. Es una distancia que ella se toma como un precio que hay que pagar por la libertad, por la satisfacción de no tener que dar explicaciones a nadie. Cada mañana intenta salir a pasear para encontrar el lago en el que tantas veces se bañó cuando era niña. Pero la topografía, como un trasunto de la memoria, le juega malas pasadas. Los caminos, como los recuerdos, quizá ya no son tan fiables como parece a primera vista. En esa exploración, entre titubeante y rigurosa, se pasan los días de vacaciones, en los que la narradora siente un extraño desasosiego porque ahí, en la casa de su padre, en su ciudad natal, ya no es la fotógrafa valiente y segura de sí misma que todo su entorno conoce y admira; sus amantes, sus amigos, sus colegas. Aquí es una mujer que ya se va haciendo mayor y no es capaz de encontrar su camino al lago, sus recuerdos de la infancia, la forma de decirle a su padre que lo quiere, que le da pena que se vean tan poco y él se haga mayor y pronto, inevitablemente, se muera y entonces ya no podrán hablar de nada.
Tres senderos hacia el lago refleja la obsesión de Bachmann por plasmar en la escritura la dificultad de las relaciones personales, la búsqueda de un lenguaje válido que, en lengua alemana y después de Auschwitz, renovara la literatura y, sobre todo, plasmara un punto de vista femenino, alejado de los cánones masculinos que imperaban en ese momento. Fue una escritora valiente y honesta, que intentó enfrentarse siempre a sus propios fantasmas, a sus miedos, y murió asfixiada por ellos en la bañera de su casa, demasiado joven.

Tres senderos hacia el lago, Ediciones Siruela, 2011, 168 páginas.






Aprendiendo a vivir


Clarice Lispector es una de esas escritoras que, cuando se descubre, ya no se olvida. Tiene una voz inconfundible, brillante, sensible y cercana que, para mí, alcanza sus mayores logros en la brevedad. Ella sabe ser concisa e ir directa al corazón del lector para clavarle una agujita de placer. Según confiesa, se guía por la intuición más que por el intelecto y hace gala de una frescura muy trabajada que se descubre en el detalle más aparentemente anodino, en la escena más trivial, en la conversación más inesperada. Cuando ella lo cuenta, todo se vuelve interesante, extraordinario. Los taxistas dan lecciones de moral y teosofía, los hijos dan respuestas que merecen quedar colgadas en las paredes de la cocina, las amigas admiten con franqueza que ahora mismo no les apetece hablar de nada, la lucidez de un instante nos hace ver claramente el vacío que tenemos delante…

Clarice Lispector escribió durante muchos años una serie de crónicas para el Jornal do Brasil que los lectores devoraban fervorosamente, una selección de las cuales apareció con el título Aprendiendo a vivir, publicado por Siruela en castellano con una estupenda traducción de Elena Losada. Es una obra que hay que degustar poco a poco para saborear bien los secretos de cada frase, las múltiples posibilidades de cada escena. Lispector nos habla de la vida cotidiana sin perder de vista en ningún momento las grandes inquietudes humanas y el humor. A veces nos regala frases deliciosas, y no puedo resistirme a mostrar una pequeña selección: «Antes todo era perfecto. Nacer me estropeó la salud», «Soy tan misteriosa que no me entiendo», «La vida es corta pero, si contamos los pedazos muertos, se queda en cortísima».

Aprendiendo a vivir está lleno de perlitas como estas, agujitas breves y certeras que se nos clavan en el corazón y nos hacen adorar a Clarice Lispector. Única e inconfundible.

Clarice Lispector, Aprendiendo a vivir, Ediciones Siruela, 2008, 224 páginas.






Regalo del mar

Este libro me ha llegado a las manos por sorpresa, en una etapa de mi vida en la que hay muchas cosas que se mueven alrededor y a veces siento que me tambaleo y pierdo el equilibrio, a duras penas consigo no caerme. Leer Regalo del mar, de Anne Morrow, publicado por Circe Ediciones, me ha ayudado a respirar y encontrar un poco de paz en medio de tanto ruido. Me maravilla saber que la autora lo escribió, según sus propias palabras «en una época de atareada vida familiar», cuando sus cinco hijos aún no habían volado del nido. Ella pudo irse de vacaciones durante dos semanas a una casa frente al mar, sola, en una playa recóndita, y allí escribió este libro, que avanzaba a medida que ella salía a recoger conchas en la playa y establecía paralelos entre las formas que observaba y su propia vida. Así, Morrow va apuntando sus reflexiones acerca de la soledad, la relación con los demás, el amor y el matrimonio, la juventud y la edad madura…inspirada por las conchas que recoge durante sus largos paseos frente al mar.

Así, la autora construye un texto en armonía con la naturaleza, con ese mar que tiene tan cerca y que le enseña, poco a poco, tantas cosas. En primer lugar, la incita a desprenderse de las cosas materiales, tantas veces innecesarias, para quedarse más libre. Después, a recordar que los seres humanos somos, en esencia, seres solitarios que a menudo no sabemos escucharnos. Tememos quedarnos a solas con nosotros mismos, con esas voces que resuenan y nos asustan. Sin embargo, si nos atrevemos a concedernos un tiempo en paz y silencio, podremos, dice Morrow «llenar nuestra vasija», es decir, colmarnos, nutrirnos. Solo así podremos entregar algo a los demás, a nuestros seres queridos.

El mar también invita a reflexionar sobre el amor. Qué mejor metáfora que aquel para describir ese sentimiento cambiante, en continua expansión, que debe construir nuevas formas de manera perpetua. Pretender fijar el amor, conservarlo intacto, solo nos puede llevar a la frustración, igual que si quisiéramos detener el mar.

Anne Morrow nos invita a cultivar el aquí y el ahora, mirar al horizonte, respirar y cuidar el presente para así apostar por el futuro. Este libro breve pero tremendamente intenso es, como su nombre indica, un regalo que vale la pena concederse para emprender una reflexión propia, que no tiene por qué ser frente al mar durante unas vacaciones (aunque, ciertamente, sería un escenario ideal para su lectura), simplemente debemos estar dispuestos a mirar en nuestro interior y dejar fluir lo que hay dentro.

Una joyita llena de sensibilidad y lucidez que se recibe, inevitablemente, con una sonrisa de agradecimiento.

Anne Morrow Lindbergh, Regalo del mar, Circe Ediciones, Barcelona, 1994, 165 páginas.





Cómo piensan los escritores


Se ha escrito tanto sobre la escritura...Y cuanto más leemos y escribimos al respecto, más claro tenemos que es una tarea llena de secretos y verdades inexplicables. Tal vez por eso resulte tan atrayente. Cómo piensan los escritores, de Richard Cohen, publicado por Blackie Books, no es un manual de instrucciones para escribir (¡Dios nos libre!), sino más bien una recopilación de anécdotas de escritores sobre las vicisitudes de su oficio.  También vemos aparecer de refilón a editores, críticos, lectores…Entre todos tratan varios aspectos clave sobre forma y fondo en narrativa (los inicios de un texto, la caracterización de los personajes, el ritmo, el final) desde distintos puntos de vista que acaban conformando un modelo poliédrico sobre las glorias y miserias de un oficio sin parangón.

A veces, la profesionalidad se torna obsesión y servidumbre, porque el escritor está constantemente escribiendo, aunque sea con el pensamiento. Observa y desmenuza el mundo para luego sentarse a escribir y llenar la hoja en blanco. Las palabras de la gran Clarice Linspector quizá no sean las más alegres para referirse a esta cuestión, pero a mí me encantan, y creo que reflejan muy bien lo que muchos escritores piensan con mayor o menor asiduidad: «Siento que ya casi he alcanzado la libertad, hasta el punto de no necesitar escribir ya más. Si pudiera, dejaba mi lugar en esta página en blanco, llena del mayor silencio. Y que cada uno mirara el espacio en blanco y lo llenara con sus propios deseos».

Un sueño cuyos confines siempre bordea el escritor y que pueden empujarlo hacia el precipicio. Richard Cohen, sin embargo, se decanta por el humor como un ameno hilo que trenza la serie de anécdotas e impresiones cotidianas sobre los escritores y sus obras. Una lectura agradable que siempre puede provocarnos la urgencia de leer (o releer) algún clásico olvidado en los rincones de la estantería.



Richard Cohen, Cómo piensan los escritores, Blackie Books, 2018, 336 páginas.